Desde la cultura griega hasta nuestros tiempos hemos formado,
transformado y evolucionado en nuestra forma de vincularnos con el mundo y con
el otro por medio de la palabra y del discurso.
Desde una perspectiva filosófica se podría afirmar que el “Otro”
es todo aquello que nos excede y al mismo tiempo nos constituye, y desde una
perspectiva psicoanalítica lacaniana, se podría afirmar que el “Otro” es el
discurso, la palabra, el acto, los gestos, la intención y… En esa intención es
donde entra la categoría de Asesino Serial.
Ted Bundy mató a treinta y seis chicas hasta su última
detención, la que culminó en su pena de muerte, condenado a la silla eléctrica,
el 24 de enero de 1989.
Fue un claro ejemplo de un psicópata con fachada perversa. Encantador,
elocuente, inteligente, un candidato indiscutible al éxito y un hábil
manipulador.
Dedicó su vida a conseguir su goce y adjudicó la culpa a lo
ajeno, en su caso a la pornografía.
Su gran capacidad para fingir ser un ciudadano modelo lo llevó a matricularse en varias universidades, consiguiendo grandes méritos en ellas. Militó en política y trabajó como voluntario en una línea de ayuda a mujeres, formó pareja en dos ocasiones, con chicas jóvenes y hermosas.
Ted, fingió ser un individuo socialmente destacado y elocuente hasta el
día de su juicio.
De aquí partimos para situar a este personaje en uno de los
mejor situados en los niveles de maldad, de la que nos hablan en uno y más
programas y series de televisión.
Dicen que las apariencias engañan. Esta máxima que , no por
repetida hasta el hartazgo abandona ese cetro de la sabiduría popular que la ha
eternizado.
Este enero pasado se cumplieron 32 años de la ejecución de Ted Bundy en la
silla eléctrica, ese joven apuesto que se convirtió en uno de los mayores
asesinos seriales de los Estados Unidos sin acarrear ningún rasgo que denotara
su temible condición.
Sabemos que fue un buen camuflaje para cometer el horror. Se
sabe, pues, que el hábito no hace al monje, (otra vez retomamos el refrán popular).
Pero…¿Cuál es el rol de la “psique” de un reo con un
prontuario confeso que incluye el asesinato de más de treinta mujeres?.
Bundy se llevaba muy bien con cada una de esas aseveraciones instaladas que hacen al patrimonio del argot popular que siempre esconde una buena dosis de verdad.
Apariencia intelectual. Hábito de niño bien. Así era.
Eso representaba. Pero,
Siempre aterrizamos en las preguntas que tal vez no
respondamos jamás…
¿Los asesinos seriales nacen o se hacen?
Un padre desconocido. Una madre que aparentó ser hermana por
muchos años, (también
si se quiere víctima de las circunstancias).
Tal vez… La violencia en el hogar de crianza, Un amor no correspondido. No, no... No es la fórmula del crimen, no lo creo yo al menos, no sé ustedes. Pero desde mi perspectiva estos no son los materiales con los que se construye un criminal.
Se trata del universo de un ser humano esperpéntico, diría
Valle Inclán.
Un monstruo con piel de cordero, enfermo psicopático, un
manipulador, un mentiroso… Si, pero no, de ninguna manera alguien que haya
tenido una sola causa de origen de su maldad.
Theodore Robert Cowell Bundy, el famoso Ted que sembró el
pánico en las mujeres de su época, el personaje en el que se sostuvo la crónica
policial, el ensayo literario, el cine documental y la ficción inspirada en la
realidad.
Theodore Robert Cowell Bundy, el perverso que pensó en Dios
cuando despertó luego de haber cometido su primer asesinato (según sus propias
palabras).
Aquella imagen no fue
suficiente para sembrar la culpa y el arrepentimiento. Ese Dios, su Dios, no
logró hacerle vencer el derrotero de furia, resentimiento y despecho que este
sujeto tenía hacia las mujeres.
Sé que pueden pensar y argumentar que hay algo más que eso y
estoy de acuerdo, los artículos, documentales, series, películas, libros y toda
la memorabilía que este personaje ha inspirado a través de los años me confirman
cada vez que reparo en él…
No existe mejor ejemplo de maldad pura, de incapacidad de
empatía, de sadismo y de decadencia del ser humano que Ted Bundy.
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